miércoles, 9 de mayo de 2007

NOVIEMBRE

Recomendación de la semana
(Ana Henríquez)
¡Cierren las salas, el arte está en la calle!

El teatro como la vida, la vida como el teatro… ya no hay diferencia. No hay límites ni censuras, sólo hay ideas y todas valen si son capaces de conseguir que el espectador deje de serlo para formar parte del guión.

En los setenta, un grupo de actores creó una compañía de teatro independiente actuando en diferentes enclaves del territorio nacional sin cobrar una peseta por su dedicación. Aquella compañía se llamaba El Piojo Picón y con ella surgieron otros grupos que, sin ánimo de lucro, recorrieron España durante la transición. Apostaban por la originalidad radical como salvación ante el conservadurismo y ante la homogeneización de las disciplinas artísticas, en especial, las artes escénicas. Evitar cualquier forma de absolutismo, de verdad inamovible los condujera a una exclusiva forma de pensamiento.

Ese idealismo casi utópico dominado por un deseo colectivo de cambiar el estado de las cosas es el germen que da forma a la historia de Alfredo y los demás integrantes del grupo teatral Noviembre. El protagonista está decidido a ser el artífice de “un arte más libre, hecho con el corazón, capaz de hacer que la gente se sienta viva”. Su concepto del teatro empieza más allá del escenario, se traslada a pie de calle, cara a cara con su público.

En una sociedad dominada por el individualismo, un sentido claramente materialista y en donde ya no se cree prácticamente en nada, Alfredo quiere luchar contra dicho estatismo que simbólicamente está encarnado en su hermano. Luchar contra esa parálisis, muerte en vida que ha vivido tan de cerca y sobre todo quiere hacer algo para provocar una reacción, “lo que sea”. Trascender.

Su vocación se plasma en un Manifiesto y un Decálogo ―resultando imprescindible referirnos al Dogma danés―, a favor de la libertad, la independencia, la improvisación y la comunicación con la gente sin que medien ni los artificios del teatro convencional, ni la remuneración económica.

Noviembre imprime principalmente un contagioso espíritu combativo frente al estancamiento de las ideas, frente al escepticismo como principal asesino de toda forma de positivismo y por lo tanto de creación, futuro y vida. Un arma inconformista que no pierde el sentido de autocrítica. Alfredo y Noviembre simbolizan el sueño, la ilusión de que todavía el mundo y las cosas pueden cambiarse. Porque nunca es tarde.

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